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viernes, 19 de agosto de 2011

LA ULTIMA TOMA DEL PEÑON DE GIBRALTAR

Hace unos meses conocí en un lugar y en circunstancias que no vienen al caso, a un exmilitar y exlegionario con el que charlé de diversos temas relacionados con el ejército y la vida en Ceuta y Melilla, debido a mi infancia por esas tierras y Marruecos.  Entre guiskitos la conversación se fué animando y el personaje en un momento dado me pregunto:
 ¿a que no sabes cuando fué la ultima toma del Peñón de Gibraltar por militares españoles?,

 Hombre lo que se dice toma no hubo, mas bien intentos, le respondí.

Si hubo una última toma del peñón por militares españoles, en el año 1.996. Y esa no sale en los libros.

Sorprendido por la rotunda afirmación le presté atención y una nueva ronda, pidiéndole que me contara el asunto.

Lo que cuento a continuación es el relato de este exmilitar, que vivió en primera persona el suceso.
 En el relato aparece como el cabo Arensivia. Todos los nombres son inventados, no así los hechos, verídicos, que transcribo tal y como me contó.

Junio de 1996

I
Como todos los sábados el cabo Arensivia y los soldados de primera Méndez el malaguita y Porcuna, así llamado por su jiennense pueblo de nacimiento, salieron del acuartelamiento SAM de San Roque compartiendo coche y gastos en dirección a Gibraltar. La visita de los sábados al peñón se había convertido en un hecho habitual junto a las copas en el Cheri de Algeciras y, si las hembras no terciaban, terminar la noche en el garito de la Charo en busca de cariño.

El atasco de entrada al Peñón no fue de los mas severos, en unos 45 minutos ya habían pasado el control de frontera consiguiendo plaza en el parking de Main Street, la calle principal, por la que se dirigieron a la tienda de M´baty, un pakistaní conocido de Arensivia de la época de Ceuta, cuando, según no se cansaba de repetir si iba algo cargado, era un caballero legionario español, con graduación de sargento y no un “soldao denmierda”, al que invitaron desde el gobierno militar a coger plaza de cabo en San Roque junto al capitán legionario, rebajado a teniente, Ramón Extremera, por un chungo asunto de cuernos. Refriega en la que se vieron implicados la mujer de un capitán en maniobras, Extremera y el propio Arensivia que daba cobertura a su capitán, como debía ser y siempre ha sido.

Camino a la tienda, Arensivia observó la presencia de grupos de reclutas remoloneando por los numerosos escaparates de la calle Main, señalándolos exclamó enojado:

“Cagonlaputa jostia, mira que se les dice veces. Los novatos no puen vení al Peñón coones, y fíate, toa la calle llena de pelones”
Es que están agilipollaos mi cabo, respondió el malaguita. Es el primer fin de semana libre y san venío pacá. ¿Los empuramos?
Si hombre, les metemos el paquete en Gibraltar no te joe. Y luego nos empuran a nosotros ¿ya estás fumao?.

La tienda del pakistaní era el clásico bazar en el que hay de todo, textiles, equipos de música, cámaras, etc, amontonados durante años, sobre estantes, con el único objeto de configurar un decorado aceptable, pues hace tiempo que solo se comerciaba, cara al público,  con licores y tabaco, la trastienda era muy distinta. Tras los saludos habituales, M´baty les organizó unas bolsas con cartones de Winston botellas de Chivas y JB, regalándoles unos cuantos mecheros y una gorras de Marlboro.

I I

En esos mismos instantes un grupo de unos 12 reclutas habían descendido del teleférico que transportaba turistas a la zona alta del peñón, paseando por los alrededores. Una gran cantidad de macacos sin rabo pululaban por las inmediaciones en busca de comida y golosinas que los visitantes eran pródigos de ofrecer, pese a que Rayan, el experto local en primates siempre por las inmediaciones, no parase de repetir “Comida a los monos No”

El recluta Pablo Martínez, junto con otros compañeros, se dirigió a las estribaciones del monte donde varios simios revisaban un contenedor de basura. Al acercarse los reclutas, la atención de la manada se centró en ellos y, muy especialmente, en Martínez que llevaba un paquete de patatas fritas en la mano. En cuestión de segundos el recluta estaba en cuclillas ofreciendo el contenido de la bolsa a diestro y siniestro, siendo rodeado por los monos con gran algarabía.
De repente un macho, algo viejuno y resabiado, extrajo la cartera que le sobresalía del bolsillo trasero del pantalón, quedándose olisqueando el objeto. Martínez se percató del hurto y, girándose, se irguió presto a recuperarla. El movimiento brusco y posterior acercamiento del humano provocó que el primate huyera emitiendo agudos gritos, siendo imitado por el resto, que tenían muy claro eso de que “corre y después pregunta”.

La reacción del grupo de reclutas no se hizo esperar, corrieron detrás de los monos profiriéndoles insultos y comentarios jocosos a Martínez, que encabezaba el grupo perseguidor.

Otros reclutas, observando el incidente corrieron en pos de los primeros, al igual que una decena de monos, cruzándose con los perseguidores. La manada del carterista pronto ocupó una elevación rocosa parando, deteniendo su huida. El mono carterista mordisqueaba su trofeo, abriendo su interior, del que extraía papeles y billetes de moneda lo que suscitaba el interés de sus congéneres que pugnaban por conseguir algún resto.

I I I

El recluta Rivas, de Pinos Puente en Granada, fue el primero en acertar de lleno con una pedrada en la cabeza de un macaco, produciéndole al despistado animal una brecha y un ataque de pánico. El resto de reclutas se animó a probar puntería con suerte diversa. Los chillidos subieron de tono y el mono carterista seguía manteniendo la cartera.

La tremenda escandalera hizo que el naturalista Rayan, el responsable del teleférico y un boby local se acercaran a la zona de combate, comenzando a recriminar la conducta de los reclutas, estos no se amilanaron  plantando cara, comenzando los empujones, mas tarde los puñetazos y alguna patada en los cojones de los súbditos de su majestad.

El teleférico seguía transportando mas reclutas a la zona de los hechos que, aunque desconocían lo que sucedía, se unieron a la fiesta sin preguntar. Igualmente la llamada del boby hizo que un grupo de policías subieran y se integraran, igualmente sin preguntar, al evento.

Los reclutas arrasaron en las primeras escaramuzas, haciendo retroceder a los británicos hacia la zona baja, con el resultado de 2 bobys perjudicados, 1 boby algo mas perjudicado, el naturalista hecho un guiñapo y 4 monos de baja. En el otro bando brechas, contusiones, algunas dentaduras que retocar fruto del certero uso de las porras, y poco mas de relevancia.

En los minutos que siguieron reinó una extraña quietud. Ni los monos proferían ya sus alaridos, manteniéndose expectantes. El carterista jugueteaba con su cartera cada vez mas mordisqueada y vacía. Los reclutas se acomodaron en una vaguada lateral evaluando situación y daños.

El silencio fue roto por el sonido de una voz en megafonía:
“Les habla la policía de Gibraltar. Procedan a descender. Depongan su actitud. Están todos detenidos”
Otro grupo de reclutas llegaba a la zona, al parecer subir y ver a los monos era objetivo general, quedando junto al resto de turistas sin saber el motivo de la, ya elevada, presencia policial y las órdenes de megafonía.

Desde la ladera se oyó otra voz, la del recluta Rivas:

“Somos soldados del ejército español y de aquí no nos movemos. Ni vamos a ir detenidos a ninguna parte”

La palabras de Rivas surtieron efecto inmediato, las emisoras de la policía comenzaron a transmitir que un grupo de militares españoles habían organizado una violenta refriega, haciéndose fuertes en la ladera superior del peñón. La información continuaba con el dato de policías y civiles gibraltareños heridos de diversa consideración, del estado de los monos nada se comentó.

Los reclutas recién llegados requirieron información a los integrantes del nutrido cordón policial. Las respuestas fueron hostiles y desabridas lo que originó que estos quisieran unirse a sus compañeros. La policía intentó evitar que mas militares se sumaran al grupo de la ladera, produciéndose un rifirrafe, suavecito, con el resultado fifty fifty, mas o menos la mitad fueron detenidos y transportados a la comisaría y el resto consiguió unirse a Martínez, Rivas, y compañía junto a los monos del peñasco.

I V

Dos llamadas telefónicas se producían casi simultáneas en esos momentos.

La primera la recibe Arensivia.

“Coño Malaguita coge la bolsa que me suena el móvil. Dígame. ¿er qué?. ¿Quiénes? ¿onde dise questán?.¿que jan jheso que cosa?
Cagonlaputa, cagonlaputa, cagonlaputa mir pare de veses.

Los hechos históricos suelen tener todos una frase célebre y determinante. Este caso no iba a ser diferente. Arensivia exclamó: Voy payá yá.

La segunda llamada la recibe el coronel de las fuerzas armadas de su majestad británica Sir Wallas Rampling, que en esos momentos se agenciaba un gin tonic en el club marítimo del peñón. (la llamada se reproduce traducida al español).
“Si capitán soy yo dígame.  ¿Militares españoles en la Roca? ¿ataque a la policía? ¿Dónde? ¿Cuántos heridos?
Declare la alerta y disponga de cinco unidades en el lugar de los hechos. ¿Cómo dice? Pues claro que con el armamento reglamentario. Limítese a controlar la zona y espere órdenes. Me dirijo al cuartel.   

Arensivia acompañado del Malaguita y Porcuna tuvieron que realizar parte del ascenso a la roca a pié, campo a través, en esos momentos tanto el teleférico como la carretera estaban cortados por la policía. Bordearon por la cara norte y siguieron un sendero desde el que pudieron contemplar la situación. Los turistas habían sido retirados quedando únicamente los coches de policía y los jeep del ejército. Los militares ingleses con brazaletes de policía militar, pertrechados para el combate y con armas de asalto formaban una media luna en la zona baja, tras ellos los policías. A unos cien metros ladera arriba un grupo de “pelones” se encontraban agazapados entre las rocas y vegetación en una hondonada lateral junto a un escarpe lleno de macacos.

Con algo de dificultad los tres hombres llegaron a la hondonada. Al encuentro de Arensivia salieron los reclutas Pablo Martinez y Rivas, cuadrándose y realizando el saludo de rigor.
“A sus órdenes mi cabo”.
“Men podeis decí que mierdero es este??
Un mono me quitó la cartera y lo perseguimos para recuperarla, dijo Martínez, después llegó la policía que cargó con las porras y nosotros nos defendimos.
Les hemos dado bien mi cabo”, comentó Rivas.

La orden del coronel Sir Wallas Rampling llegó nítida a la emisora de radio del puesto de mando:
“Procedan a desalojar a los españoles y deténganlos. No utilizar las armas de fuego, solo material antidisturbios”

La megafonía volvía a funcionar:
“Les habla el capitán Stevens. Van a ser detenidos por la policía militar, depongan su actitud y bajen al control ”

Arensivia, situando ambas manos junto a la boca para potenciar el sonido, exclamó:

“Soy el cabo Arensivia, bajaremos y nos marcharemos de Gibraltá de forma ordená, todo ha sío un malentendío”.

“Les habla el capitán Stevens. Han producido un altercado público y han atacado a las fuerzas de seguridad. Están todos detenidos”.

El capitán pronunció la segunda frase célebre del día:
“Ríndanse y bajen de forma ordenada”.

“El ejérsito españó no se rinde. De aquí no nos movemos como no sea pa marcharnos de Gibraltá” respondió Arensivia.

El capitán inglés deseaba la respuesta recibida. En contadas ocasiones podía comprobar la efectividad de sus hombres y estas siempre solían ser pequeñas disputas de marineros borrachos en los bares de la zona del puerto. No dudó en dar la orden de desalojo. Los policías militares, por parejas, comenzaron a ascender manteniendo la media luna.

“Cagonlaputa que suben parriba. ¡ formasión defensiva de combate ¡ Malaguita tu con la mitad de pelones ábrete a la izquierda. Porcuna a la derecha jostia y dejá quentren por ermedio.
Los militares españoles desalojaron la hondonada situándose en ambas laderas,  en forma de V invertida, en cuyo vértice quedó Arensivia. La morfología del terreno facilitó la defensa. A medida que se acercaba, la formación inglesa desdibujaba la media luna inicial.

“A pedrás con ellos” ordenó Arensivia en total estado de agitación.

 Las piedras volaron hacia los ingleses, pero estas resultaron escasas. El ejército español sin munición se aprestó al cuerpo a cuerpo. La ladera izquierda, defendida por el Malaguita, era mas suave y hacía ella se dirigió la mayor parte del contingente inglés, hecho que fue observado por Arensivia.

“Porcuna, la mitá de tus jombres al flanco del Malaguita” gritó. “Málaguita te van refuersos. Ponlos atrás al trebolillo guevos”.

La rápida decisión del cabo fue acertada, el ataque inglés por parejas se descompuso, convirtiéndose en ataque individual hombre a hombre. Al disponer la formación española de un hombre mas, cada dos, pese a ser menos numerosa, decantó la refriega a favor de Arensivia y sus reclutas.

Esta vez el combate fue mas violento que el anterior. Los ingleses bien pertrechados y adiestrados se emplearon a fondo. Los reclutas españoles, en muy buena forma física subían y bajaban, golpeando sin descanso. Martinez cayó derrengado a las primeras de cambio, Rivas sin embargo consiguió arrebatar una porra a un contrario que quedó sin sentido. Con ella en la mano el combate ganó en versatilidad y belleza. Si, en algún caso, puede considerarse bella una refriega esta lo era sin duda.

Tras unos 20 minutos, los españoles continuaban haciéndose fuertes en las laderas, dada su posición de privilegio en altura. El mando inglés, viendo los escasos resultados y las continuas bajas decidió la retirada para reconsiderar la situación.

V

Dos todoterrenos del ejército de tierra español atravesaron La Línea a toda velocidad, saltándose medianas, jardines y el atasco de entrada a Gibraltar. El  teniente Extremera iba en el primero de ellos junto a 6 policías militares totalmente pertrechados con armamento ligero. Había recibido la llamada de Arensivia contándole la situación y sin pensárselo dos veces ni comunicárselo a sus superiores, ordenó a 12 policía militares seguirle a una misión urgente.

Los vehículos llegaron al paso fronterizo, deteniéndose frente al puesto de control inglés. Varios guardias civiles se acercaron al contingente, algo perplejos y extrañados por la presencia militar. Igualmente la cuatro policías de frontera inglesa se situaron frente a los vehículos militares.

“Soy el teniente Extremera, vengo a recoger a un grupo de soldados españoles que están siendo atacados por el ejército inglés”

La actitud hosca y seria del teniente, reforzada por la formación de la policía militar y sus ametralladoras tras el, hizo que el oficial inglés tomase muy enserio la situación.

“Este es territorio soberano inglés. Tienen ustedes prohibida la entrada, le ruego que se retire usted y sus hombres”

La situación era cada vez mas tensa. Al grupo se unió un teniente de la guardia civil y otro oficial inglés de fronteras. No sin esfuerzo, consiguieron que Extremera les contara el motivo de su presencia, incluido el origen del asunto: el robo de la cartera por el macaco.

            Las autoridades civiles y militares de Gibraltar se reunieron de urgencia. De lo que allí se habló nada se sabe y, por no introducir elementos de ficción, proseguimos el relato a partir de las propuestas. Las autoridades gibraltareñas tenían muy claro que el incidente debía de ser solucionado con urgencia antes de que la noticia se propagase por los medios de comunicación.

            Sir Wallas Rampling se desplazó al paso fronterizo proponiéndole al teniente Extremera que ordenase a sus soldados “deponer pacíficamente su actitud”, pasar por las instalaciones policiales para tomarles datos y declaración, tras lo cual abandonarían Gibraltar.

            Extremera se interesó por los militares que habían sido detenidos por la policía.

“Los detenidos se encuentran bajo los procedimientos de la legislación inglesa por alterar el orden público y atentar contra los cuerpos de seguridad, por lo que deberán de continuar en arresto preventivo hasta que se produzca la vista judicial” respondió el alto cargo inglés.

“Señor, en este caso, dijo Extremera en tono solemne, mis soldados no serán detenidos. Están bajo la jurisdicción militar del ejército español. Permítame subir para proceder a su retirada y posterior abandono. Igualmente quedarán bajo mi mando los militares detenidos.

Viendo la determinación del militar español y ante el temor de que el incidente se alargara y se convirtiera en conflicto, Sir Wallas Rampling, relizó una nueva propuesta.

“Teniente, puede usted retirar a sus hombres, pero, de ningún modo, puede entrar a Gibraltar con sus vehículos militares y sus hombres armados”

“Señor, agradezco su propuesta, pero comprenderá que, por mi rango, no puedo ser conducido en un vehículo militar inglés y además desalmado”

            El asunto seguía enfarragoso. Mientras tanto en la zona de la ladera Arensivia y sus hombres mantenían la posición. El militar cavilaba. Con la mirada perdida en la bahía de la Línea, un pensamiento le rondaba la cabeza una y otra vez. “Ya que estamos…………..¿por qué no?”

            El teniente de la guardia civil intervino en las negociaciones, proponiendo desplazar al teniente Extremera, desalmado y en el vehículo de la Benemérita, puesto que existen precedentes de la entrada de la guardia civil en el peñón en circunstancias excepcionales de seguridad.

            Todas las partes se mostraron de acuerdo y Extremera fue conducido a la ladera superior. Al llegar observó el amplio despliegue militar. El oficial al mando se le acercó con gesto hosco. Extremera se cuadró, realizó un saludo militar y sosteniéndole la mirada dijo:

“Soy el teniente Extremera del ejército español, vengo a retirar a mis hombres, ruego ordene replegar a los suyos”.

            El militar inglés le devolvió el saludo ordenando a su subordinado mandase retirada de la posición y formación al fondo de la explanada. En minutos la guarnición inglesa se encontraba en perfecta formación en un lateral. Fue entonces cuando Arensivia mandó bajar hacia la explanada.

            Ya en la explanada el cabo se cuadró ante el teniente y saludando dijo:

“A sus órdenes mi teniente” , “Mande formar en fila de a cuatro cabo”

            La columna militar en fila de a cuatro, encabezada por el teniente Extremera y el cabo Arensivia, descendió de la roca entrando en la ciudad. Cerrando la formación el vehículo de la guardia civil y un vehículo militar del ejército británico.

            Junto a la comisaría se encontraban los militares detenidos que se incorporaron a la columna.  El singular desfile siguió descendiendo por diversas calles, llegando al llano del aeropuerto y, tras el, el puesto fronterizo.

            Una vez que todos los hombres quedaron en territorio español, el teniente Extremera saludó a los militares ingleses, a los guardias civiles y, sin mediar mas palabras, subió al todo terreno con sus PM fuertemente armados y se marchó de la misma forma que llego, a toda velocidad.

EPILOGO


            Entrada la madrugada, Extremera y Arensivia compartían mesa en un reservado con la Charo, la dueña del garito. El Malaguita y Porcuna hacía rato que subieron a un par de moritas.
“Coño Arensivia, cuéntamelo otra vez joder” dijo Extremera, muy nostálgico, con la mirada algo perdida apurando el guiski.

“Claro mi capitán, les dimos una buena a los ingleses……………………….”

Los “pelones” fueron arrestados. Durante un mes, a las siete de la mañana, tuvieron que recorrer, en carrera, la verja que rodea Gibraltar, con uniforme y dotación de combate completa. Un sargento procuró que no bajaran ni el ritmo del trote ni la intensidad de los “cánticos” militares, alguno de ellos con clara alusión a los ingleses y su peñón.