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domingo, 26 de junio de 2011

MIL VISITAS YA..............QUE FUERRRRRTE. GRACIAS

 

Mil visitas, se dice muy pronto. Amigos que se han asomado Mil Veces a este rinconcillo onanista/literario al modo Patronmenchu.

Debo reconocer que lo del marcador me la pone al rolo, pero eso de entrar hace unos minutos al blog y ver el 1.000 me ha hecho levantar del sillón y justificar el trance hacia el frigo a por una Franciskaner de 0,5.  Que mejor motivo para celebrar.

Las mil visitas se merecen algo especial, ¿Qué hacer?. La psicóloga está resacosa a estas horas, imposible pedirle opinión. Habrá que hacer un monográfico, no por el tema y si por el personal. ¿Qué escribir? ¿Qué sugiere el número mil?. Estoy espesito, sorry, voy a tener que plagiar algo, un corta pega aprovechando el Google y salir del paso. Total igual ni se nota, aunque el Guille está muy leío…….

Empecemos el cortapega, con algo relacionado a las mil visitas.

LAS MIL Y UNA VISITA

Cuéntase -pero Allah es más sabio, mas prudente, más poderoso y más benéfico- que en lo que transcurre la actualidad de los tiempos, existe un ser superior, Jeque entre los Jeques de Oriente, de las islas de la India e incluso del Magreb, dueño de grandes empresas y señor de miles de servidores y de un séquito numeroso.

A pesar de sus inmensas riquezas y extensas posesiones el Jeque no era feliz. Cierto día, contemplando un bello atardecer desde la terraza de su palacio, a orillas del mar de oriente, murmuró a su mullah “A partir de hoy me dedicaré exclusivamente a la búsqueda de la felicidad”. El mullah le respondió: Oh señor, como podéis ignorar la felicidad que os rodea. Disponéis de oro, petróleo, divisas y palacios, de las mujeres mas bellas. Los políticos y gobernantes del mundo ansían vuestra compañía y dinero. 

Todo ello no es suficiente, repuso el Jeque. Necesito que todos los que estéis bajo mi tutela me encontréis la felicidad, para ello establezco que cada día que pase sin ser feliz ordenaré matar a un consejero personal.

Y así quiso Allah, el todopoderoso, que sucediese. Día tras día los consejeros del Jeque se esforzaban en proporcionarle la ansiada felicidad, no deparaban en medios y gastos. Pero cada noche un consejero encontraba la muerte, y así noche tras noche.

Pasado el tiempo, al mullah no le quedaban consejeros y temió por su vida. En la biblioteca de palacio leía  los antiguos legajos y manuscritos en un intento desesperado de encontrar alguna referencia sobre la felicidad para ofrecérsela al Jeque y poder salvar la vida.

Quiso quién todo lo puede, atender sus súplicas. Observaba unos antiguos escritos, de mas de 8 siglos, cuando un poema le llamó la atención. En una estrofa del mismo decía:

al hombre cuyas vestiduras llenaban numerosos cofres!

Era la señal esperada. El poema describía la futilidad de la riqueza frente a las verdaderas riquezas no materiales que la vida depara. ¿No es acaso el origen del desasosiego del Jeque? Prestó mas atención al legajo.

Los documentos eran obra de un poeta del Al Andalus llamado Aben Al-Jathib, discipulo aventajado de Aben Al-Chayab, el primero de los hombres sabios de ese amplio territorio del que fuimos expulsados por los hispanos, observó el mullah. En otro manuscrito Aben Al-Jathib glosaba la magnificencia de un territorio llamado Málaga, en la nación andalusí. Comparaba las características de Málaga y de sus hospitalarios habitantes con otras importantes ciudades magrebíes, llegando a manifestar su encuentro con la felicidad en esa tierra a diferencia de otras, pues: “… lleva ventaja por su hermosura y perfección, por la belleza de su aspecto y el acopio de riquezas, por sus trémulas umbrías y sus hijos ilustres y, en definitiva, por la exquisitez de sus gentes…”

A la mañana siguiente el mullah se presentó ante el Jeque.

Mi señor, soy el último consejero que os queda y antes de poner mi vida en vuestras manos, he puesto todo mi ser bajo los designios de Allah el todopoderoso, quien me ha mostrado como encontrar la felicidad  y donde poder buscarla.

Habla mullah, sabes que tu vida está en juego, repuso el Jeque con gesto escéptico pero algo intrigado.

Veréis mi señor. Hace muchos siglos dispusimos de una gran nación llamada Al Aldalus, en lo que hoy es España. Entre todos sus territorios destacaba uno, llamado Málaga, donde sus gentes disfrutaban y compartían la felicidad. A pesar del tiempo transcurrido desde que fuimos expulsados, Málaga sigue existiendo. Es deseo de Allah, sabio entre los sabios, que nos desplacemos a Málaga y busquemos la felicidad que tanto desea, pero debe de conocer, oh Jeque misericordioso, que esa felicidad no la encontrará mediante cosas materiales, deberá de buscarla en sus gentes.

Siguiendo los consejos del mullah, el Jeque mando construir un impresionante palacio en Marbella, adecuándolo en comodidades y lujos inherentes a su condición, incluyendo una mezquita con minarete orientada a la Meca. Terminados los trabajos se desplazó con todo su séquito a las tierras lejanas de Málaga, instalándose en su nueva residencia marbellí, a orillas del Mediterráneo.

Fueron pasando los días, desde su llegada, repletos de actos oficiales, recepciones, fiestas y múltiples actividades ligadas a su rango. En el palacio la actividad era incesante, pero ni rastro de la felicidad.

Mullah, llevamos ya tiempo aquí y todo sigue igual, he recibido mil visitas de gentes de toda condición, todos me han utilizado para conseguir su propia felicidad sin que, a cambio, yo consiga un ápice de ella. Debo de comunicarte que tu fin se aproxima, mañana al amanecer serás ajusticiado.

Oh mi señor, sed benevolente. Pensad que no es fruto de mis actos su desesperación y enojo, sino mas bien de no seguir los mandatos de Allah nuestro padre, pues no ha buscado la felicidad en las personas, se ha limitado a esperar que las personas la traigan hacia su excelsa presencia.

No te negaré una última oportunidad mullah, haré la visita Mil y Una, pero esta vez buscaré yo entre la gente. Partiré de palacio sin ningún acompañante y volveré al anochecer con la felicidad o a buscar tu vida.


El Jeque pasó el día recorriendo Marbella, maravillándose de las callejuelas del casco antiguo. Disfrutó de los pinares y dunas a orillas del mar, se desplazó a los pueblos blancos del interior, encontrando gente afable que lo trataba con familiaridad. Pero seguía sin encontrar algo parecido a la felicidad.

Al atardecer sus pasos lo encaminaron a un puerto. Era un puerto distinto al otro que conocía, muy distinto, pues no había en el mismo grandes yates, ni tampoco tiendas de lujo y restaurantes. Por no haber no había ni gente paseando. Observó como pequeños pesqueros entraban por la bocana, abriendo una estela sobre el mar, perseguida por gaviotas. De otros pesqueros, abarloados entre ellos, marineros transportaban cajas de pescado. Siguió caminando introduciéndose en la zona de pantalanes donde se encontraban amarrados barcos de pequeño porte. Veleros, lanchas, barquitos cabinados, todos dispuestos sin ningún orden aparente.

Contemplaba las lisas boquear rozando la superficie del agua, cuando algo en el suelo llamó su atención. Era un montoncito de pequeñas láminas anacaradas que brillaban al sol de la tarde, se agachó cogiendo una entre los dedos para observarla con mayor detenimiento. Se trataba de escamas de pescado, unas escamas grandes y brillantes.

Frasquito seguía, desde su pequeño bote de madera, el deambular de jeque por su pantalán, prestándole la misma atención que le prestaba a cualquier cosa que no llevase falda o no tuviese tapón, sea de corcho o de chapa. El día no había sido demasiado propicio, el poniente tenía “enturbiá” las aguas hasta las 20 brazas y los pulpos no entraban a la tablilla, hoy solo tres, así que tenía poca faena limpiándolos, en un rato pa casa.

Buenas tardes señor, dijo el Jeque dirigiéndose a Frasquito. ¿esto es de un pez? Le preguntó, extendiendo el brazo y mostrándole la escama sujeta entre el índice y el pulgar.

Frasquito levantó la mirada pasándola alternativamente de la escama al rolex centelleante de la muñeca, terminando en el rostro del Jeque.

Pué no zeñó, no é dun pé. Ezo é duna zirena. Ez una ezcama de la cola duna zirena.

Pero ¿las sirenas existen?.

Poz claro quesizten, no van ajezistí. A eza  melanbenefisiao yo, ahí en er pantalán.  Por jeso tá to emporcao dezcama.

Este personaje es un imbécil y un maleducado pensó el Jeque, dándole la espalda a Frasquito y prosiguiendo su paseo sin despedirse siquiera. A lo largo del pantalán, sobre el suelo, seguían brillando escamas  en algunas zonas. Muchas sirenas hay por aquí pensó.
Estuvo un rato mas observando  los barcos y los enseres que contenían, los nudos de amarre en los noráis, llegando pausadamente al extremo final, sobre el agua, lo que le hizo dar la vuelta para recorrer el camino inverso.

Ez una ezcama dun dentón.

Era la voz del ser impresentable de antes advirtió el Jeque, deteniendo su camino.

¿Un dentón?

Zi eñó un pé quenzellama dentón. Lo meó quen sempué clavá poraquí. No jainá meó en la via cun día gueno de dentone. Jaunque pa otroz lo meó es la dorá.

¿La dorá es otro pez?

Zi eñó, pero maz pequeño y muy lizta la jodia. Yo laz tengo calás, dijo Frasquito saliendo de la barca y subiendo al pantalán de un salto. Ezas man dao mu guenoz ratoz.

Por lo que usted dice, pescar dentones y doradas dan mucha felicidad.

Zi eñó zalí a pesca er dentón y la dorá dan muncha felisidad, al iguá que ir a por loz pargo, laz bailaz, loz purpo. Lo disho zalí a pezcar é lo má. Yo noé jesho otra coza en zazenta año.

Entonces ¿es usted una persona feliz?

Frasquito mira al Jeque directamente a los ojos, pensaba soltar un improperio ante una pregunta tan personal, tan fuera de lo común, especialmente cuando proviene de un desconocido, pero algo le hace cambiar de opinión.

Zi eñó zoy felí, aquí uno pué ze felí con poca coza ¿zabe?. Mi shanca pa zalí de pezca, loz amigo der puerto, loz colega der furbo, la familia, loz nieto....... Muy guenoz ratoz pazamos zi eñó.

Sin apartar la mirada de los ojos del Jeque, Frasquito tras una pausa,  finaliza su respuesta.

¿Y uzté é felí?

Manteniendo el pulso de miradas, el Jeque responde.

No, no lo soy. Nunca encontré la felicidad. Por eso estoy en Marbella, dicen que aquí puedo encontrarla. Aunque debo de confesarle que hasta ahora no lo he conseguido. He estado en Puerto Banús saliendo a navegar en un yate maravilloso, he estado en fiestas y recepciones, he conocido a gente de todo tipo. Todo sin resultado.
Debe de ser usted el único que es feliz por aquí.

Inconscientemente ambos comienzan a caminar, uno junto al otro.

Puez non zoy er único, mire, dice Frasquito señalando hacia el suelo. Cá uno dezos montonsillos dezcama zon momento den felisidad den munsha hente.

Pues veo que hay mucha gente feliz entonces. Hay muchas escamas, aunque hay zonas en que no. ¿los dueños de esos barcos están buscando la felicidad tambien?

No zeñó, toos zon felises, Jaya ezcama o non. En como len disho la felisidad tá en zalí a pesca, sen clave dezpué o japarescaz conun ruño.

¿Un ruño? ¿eso es otro pez?

No eñó ezo é encuando no ze trae ná. Disimo un ruño como jun puño. Y vorvemo tan felises.

Están llegando a la salida del puerto. El Jeque intrigado por las palabras de Frasquito le propone.

Quiero ir a pescar, ¿Cuánto cuesta que me lleve?

Frasquito se detiene en seco, observando la terraza de un chiringuito cercano donde piensa hacer acto de presencia una vez se quite de en medio al guiri extraño.

Mire zeñó jembarcá a jarguien que non senconosca cuezta un montón y no por jel dinero. Jembarcá  ez compartí tu vía munchas joras. Durante er día de pezca tu formaz parte de la vía de otro y eze otro denlatuya, en de tar forma quez la mizma pa loz doz. ¿jentiede uzted?

Y jezo pué sé muy gueno o muy malo del tó. Jay shartes de pezca que pué uzted arquilá.

Gracias, le entiendo. Agradezco su consejo, mañana contrataré al mejor charter de pesca y saldré a buscar dentones y dorás. Con suerte encontraré la felicidad, como usted.

Cagonlá con er trizte ezte y la felisidá de loz coones, piensa Frasquito. Y juna mierda vancontrá ezte la felisidad en un sharte.

Verá uzté zeño, con er sharte no creo que conziga lo quen buzca. Mire en mañana trempano eztaré por la shanca a laz zeí jimedia. Veéngaze justéd que zi er poniente noz déha tiramos pallá.

Se lo agradezco de veras, me haría un gran favor. ¿Qué tengo que traer?

Ná de ná, ezo zi, otra ropa que con eza paese uzté un heque der pentroleo.

Sin mediar palabra Frasquito se dirige hacia el chiringo.

Algo retirado y oculto de la vista de la pareja, alguien lleva rato observándoles. Es el mullah.


Hasta aquí la primera entrega de las Mil y Una Visitas, continuaremos con la extraña relación personal entre Frasquito y el Jeque. ¿encontrará este la felicidad? ¿cambiará el Jeque el mundo de Frasquito?. Ni yo mismo lo sé, esto es lo bueno de parir historias. Nunca sabes lo que va a pasar y cuando pasa………….Allah el Omnipresente lo ha querido así.
Gracias por vuestras Mil Visitas. Un abrazo 

 



 



    

1 comentario:

  1. Enhorabuena Pedro, nos tienes enganchados.
    Ahhh y no me he olvidado de mi mención en el número del "Placer de las Bóvedas"...

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